Motel en bicicleta

Relatos eróticos: Entré a un motel en bicicleta 🔊

Por Valentina Vargas

¿Quieres escucharlo?

Dale play a este audio y escucha el relato narrado.

No hace falta decir que un adolescente cuando comienza su vida sexual solo espera cualquier momento y oportunidad para tener sexo sin importar el lugar o el motivo. Pues así era yo, una mujer que no le importaba entrar a un motel en bicicleta, yo solo quería follarme a mi novio como una completa conejita en celo.

Mi novio y yo salíamos mucho a hacer deporte. Ese plan era sagrado cada domingo de ciclovía, pues mis padres eran muy estrictos conmigo y las salidas con mi novio eran bastante supervisadas. Pero, esas salidas eran plan “ciclovía/moteliada”. Hacíamos siempre el mismo recorrido: salimos cada uno en su bicicleta, las dejábamos en la casa de un amigo de él y nos íbamos en taxi al mismo motel de siempre, uno que queda sobre la autopista sur oriental, a plena vista de toda la ciudad.

Cuando terminábamos la faena, nos regresábamos en taxi hasta la casa del amigo de mi novio, recogíamos las bicicletas, nos mojábamos con agua para parecer “sudados” y llegábamos a la casa de cada uno.

El plan no iba como lo esperabamos

Un domingo como cualquier otro, nos disponíamos a hacer nuestro plan semanal, cuando recibimos una llamada del amigo de mi novio. Nos dijo no estaba en su casa y que ese día no podía ayudarnos. Sin pensarlo dos veces, le dije a mi novio que era imposible hacer nuestro plan, pero él, como todo hombre lleno de ganas por tener sexo, me convenció para que nos arriesgáramos y pasáramos la vergüenza de entrar a un motel en bicicleta.

Acepté la propuesta con una condición, entrar a otro motel, uno más barato, de esos que a la entrada tiene cortinas de lavadero de carro, para “guardar las apariencias”.

Y así fue, entramos al motel barato a las 9:30 de la mañana, con plena luz de día, como si nada, como si estuviéramos entrando a cualquier tienda de barrio a comprar mecato.

“Echámele un ojito a las bici porfa”

Al entrar, nos dimos cuenta de que no teníamos candado para amarrar las bicicletas, pero eso no nos detuvo. Nos registramos y luego mi novio le pidió el favor al de la recepción que le “echara un ojito” a las bicis. En ese momento quería que me tragara la tierra, ¡QUE PENA! Me avergoncé hasta que subí a la habitación y luego me ahogaba en risa porque no podía creer que yo estuviera pasando semejante pena.

Pasadas las 3 horas, bajamos a recoger nuestros “vehículos” para salir de un motel barato con toda la dignidad por el suelo. Luego de pensarlo mejor, me di cuenta de que la vergüenza era mayor al salir del motel que al entrar, pues las personas que andaban en carro o caminando iban a vernos y a pitarnos o silbar de manera jocosa para reír un rato.

Montados ya en nuestras bicis, salimos pedaleando a lo que las piernas daban para mezclarnos con la multitud y pasar desapercibidos.

Al llegar a mi casa, era imposible no tener una sonrisa como la Mona Lisa en mi rostro al pensar que había pasado la pena de mi vida en un motel, el lugar donde todos son desconocidos y el tiempo es pasajero.

Sin duda alguna, corrí a contárselo a mis amigas, quienes entre chistes y risas me dijeron que estaba loca por no aguantar las ganas y entrar a un motel de esa manera.

El recuerdo del motel en bicicleta

Luego de algunos años de haber contado esa historia con pena, hoy puedo decir que es algo que llevo con cariño y risas en mis recuerdos. Ya no me da pena contarlo, al contrario, disfruto porque me vuelvo a reír y no me arrepiento de haberlo hecho.

Si uno es joven y no tiene aventuras picantes como esa, se puede decir que no disfrutó la juventud como se merece.

Compártelo
WhatsApp
Twitter

3 Me gusta

Deja una respuesta

ENVIA TU COMENTARIO

Para poder enviar tu comentario debes estar registrado.

Puedes crear/acceder a tu cuenta aqui:

ENVIA TU RELATO

Para poder enviar un relato debes estar registrado.

Puedes crear/acceder a tu cuenta aqui: