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Suelen decir que los encuentro cortos son los que más marcados nos dejan, y yo estoy segura de eso.
Un día como cualquiera, hace unos cuantos meses, recibí una notificación en mi celular, era un mensaje de Jess, un extranjero 10 años mayor que yo que había conocido años atrás por amigos en común.
Siempre me pareció demasiado atractivo, tenía un cuerpo musculoso y lleno de tatuajes, como a mí me gustan, era alto, calvo y con una sonrisa coqueta, contaba con una apariencia ruda y muy masculina, atributos que harían babear a más de una mujer, sin embargo, nunca tuvimos la oportunidad de congeniar más personalmente.
Durante nuestros encuentros fortuitos, rodeados de amigos, nuestras mirabas se encontraban pícaramente, pero yo nunca logré distinguir si era en serio o sólo producto de mi imaginación, ya que él nunca se acercaba a mí.
Además, ambos teníamos nuestras respectivas parejas, situación que nos alejaba aún más.
Su mensaje
¿Ahora entienden mi sorpresa el día que recibí el mensaje de Jess? Yo no lo podía asimilar bien, nos conocíamos hace años sin tener cercanía alguna y ahora él estaba coqueteándome, tomando la iniciativa y demostrando su interés.
Había sido un amor platónico por mucho tiempo y ahora estaba pasando, ¡era real!
No lo dudé dos veces antes de aceptar su invitación a salir. Extrañamente mis manos temblaban y sudaban al responderle, mi mente no paraba de crear escenarios posibles y mi clítoris gritaba:
- ¡Sí, sí quiero!
¿Les ha pasado que tienen a alguien al que le llevan demasiadas ganas, pero creen que nunca será posible? Jess era mi imposible. Esa noche quedé tan emocionada y excitada por el “qué pasará” que me fue inevitable masturbarme pensando en él.
La cita
Se llego el día de la primera cita, me tomé todo el día para arreglarme, pensar en qué ropa ponerme y estar preparada para las situaciones más calientes, hasta me compré un corset lencero de encaje para seducirlo.
Nos encontramos en un bar cerca de mi casa, nerviosa y ansiosa caminé hacia él que lucía tan, pero tan sexy, con su camisa forrando sus bíceps. Sabía que estaba arreglado por mí, pues suele ser más fresco y deportivo.
Todo fluyó, la conversación estuvo interesante, sin silencios incómodos, compartimos más sobre nosotros y logramos conocernos.
Entre una que otra copa de vino ya estábamos más cercanos, el contacto físico aumentaba, al igual que las ganas. Yo miraba sus labios delgados y solo pensaba en lanzarme y darle un beso apasionado, de esos mojados que sirven siempre de preámbulo.
Pero, no me lo van a creer… esa noche ¡no pasó nada!
Yo no sabía si era caballerosidad o poco interés, estaba segura de haber sido clara en que me gustaba lo suficiente y pesé que, por sus reacciones corporales, yo también a él.
La segunda es la vencida
Había estado tan cerca de cumplir mi fantasía con Jess que no me di por vencida.
A la semana siguiente fui yo quien tomó la iniciativa de invitarlo a salir y enseguida me aceptó.
Estaba vez sería yo quien no lo dejaría escapar, había fantaseado tanto con esa cogida que no iba a seguir estando sólo en mi mente.
Nos vimos, cenamos y tomamos, no sé si ambos íbamos con las mismas intenciones, pero la tensión sexual se hizo tan obvia que el sólo mirarnos fijamente nos intimidaba.
Estábamos en mitad de la calle cuando me confesó que yo siempre le había gustado. Sonreí, me sonrojé y le respondí que él a mí también.
Tras unos cortos segundos en silencio, me arriesgué a lanzarme y comencé a besarlo, él me tomó fuerte de la cintura e hizo los besos más apasionados y lentos, sentí de inmediato mi humedad, estaba muy excitada, me temblaban las piernas y tenía taquicardia.
Al percatarnos de las miradas de la gente sobre nosotros, nos separamos, estábamos muy calientes como para seguir en público, así que me invitó a su casa.
Una noche de no olvidar
Llegamos en cuestión de minutos. En la entrada, me tomó del brazo, me acercó a él y me cargó en sus brazos para seguirme besando, me susurraba al oído lo duro que lo ponía y lo fuerte que sería la cogida, que ya no aguantaría.
Corrimos a su habitación, nos comenzamos a desvestir, me quitó mi vestido y yo su camisa para ver su perfecto abdomen, lo empujé a la cama y le desabroché el pantalón para luego quitárselo de un jalón, estábamos en ropa interior.
Me arrodillé para tocarle con mi lengua, a través de ese calzoncillo corto y apretado, su pene mojado y erecto, muy erecto.
Se la pasaba por encima lentamente, de arriba abajo mientras alzaba mi vista para verle los gestos, pero fui yo la que no aguantó, así que le metí la mano para sacarle por fin su verga, ponerla en mi boca y chuparlo como cuan niño a su paleta favorita.
¡Vaya sorpresa que me llevé!, era el pene más grande, grueso, rosado y venoso que había visto en mi vida.
Estaba tan emocionada, que sólo quería tragarme ese prototipo perfecto de verga, así que comencé a hacerle oral mientras que con la otra mano acariciaba mi vagina.
Al verme, me alzó y me puso en cuatro, justo al borde de la cama, no creyó que mi lubricación fuera suficiente así que se escupió la mano, me corrió la tanga y me la pasó por todo mi coño empapado, para luego comenzar penetrarme.
Metió primero la punta, con miedo de irme a lastimar, pero yo estaba tan caliente que le pedí hacerlo sin piedad.
Agarró mis brazos por detrás para poder dominarme con más facilidad y a mí ya me estaba encantando su agresividad.
Comenzó a darme fuerte y yo a gritar, con una mano agarraba mis brazos y con la otra apretada mi cuello, gemía tan sexy que yo trataba de no hacer mucho ruido para escucharlo y prenderme aún más.
Luego de un par de minutos, me volteó hacia él, se paró, me cargó y comenzó a meterlo de pie, era tan fuerte y musculoso que lograba hacerlo con demasiada facilidad.
Tres, tuve tres orgasmos seguidos antes de que él lograra venirse la primera vez. Quedamos extasiados, rendidos de placer, hasta la borrachera se nos había pasado, pero yo quería más.
Descansamos un lapso prudente para volver a iniciar, y ni les cuento a donde fuimos a dar.
No lo volví a ver
Dos polvos en menos de 3 horas, deliciosos, insuperables. Aquí no hubo romanticismo, todo el escenario se prestó para tener el sexo más crudo y salvaje, no esperaba menos de Jess.
Esa madrugada nos despedimos, como dos amigos más, con unas sonrisas gigantes en nuestros rostros. Llegué a mi casa estando aún en las nubes, anhelando volver a hacerlo: en otros lugares, más tiempo y quizá con una tercera persona, pero Jess desapareció, no volvió a escribir desde aquella vez, en redes aún existe, pero alejado de mí.
No sé qué pasó, nunca llegaron las razones de su actitud y mi cabeza me mataba buscando excusas para acercarme, pero no lo hice.
¿Había sido un mal polvo? No, sé lo buena que soy en la cama y él fue muy explícito al demostrarme lo mucho que disfrutó.
Jess quedó como una anécdota más, una que demuestra que lo efímero te logra marcar más.