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Nunca fui de esas estudiantes que llamaban la atención, no era popular, pero si conocida en mi grupito de amigas como una de las pocas de mi clase que era virgen, la colegiala virgen.
Llegó el nuevo año escolar, nuevas caras, nuevos alumnos y por supuesto, nuevos profesores. En la presentación de los nuevos profes, hubo uno que me llamó la atención, el profesor Julián, de inglés. Todas estábamos botando la baba por ese man, pero él siempre se comportó como todo un caballero y yo como toda una colegiala virgen que fantaseaba en cada pasillo del colegio.
Tienes lindos ojos Tatiana
Un día, tuve que ir a la papelería por unos marcadores para un profesor. Se los pedí a la encargada y en eso llega Julián. Me saluda y me pregunta mi nombre, le digo que me llamo Tatiana y me dice que tengo lindos ojos. Sonreí y me fui.
Unos días después, me lo encontré de nuevo en el auditorio. Yo estaba sola buscando el saco que había dejado ahí, cuando sentí que alguien dijo ¿Tatiana? Voltee y era él. Me sentí muy nerviosa porque no quería que pasara nada entre los dos, me daba miedo que nos fueran a ver y me expulsaran, pero él estaba tranquilo. Se me acercó y me dijo que por qué estaba sola, le respondí con voz nerviosa y se rió. Cuando estaba por irme corriendo hacia la salida, me tomó del brazo y me besó la mejilla. Lo mire a los ojos y luego me besó la boca. Fue un beso corto, simple, sin lengua, pero igual fue un beso de una colegiala virgen arrecha por un profesor, algo demasiado cliché.
Luego de eso, me dijo que nos viéramos ahí mismo al día siguiente cuando las clases fueran a terminar. En mi cabeza rondaban mil cosas sobre él y era algo increíble que eso me estuviera pasando.
Al otro día, me arreglé un poquito más de lo normal y me puse perfume para oler delicioso. Llegue algo tímida, pero él comenzó a acariciarme el cabello, luego bajo por mi brazo y mi pecho hasta llegar a mis manos. Cuando estábamos ya muy cerca, me dijo que no había olvidado mis ojos verdes y que eso lo tenía desvelado.
Luego me sentó en sus piernas y nos besamos muy apasionadamente. Comencé a acalorarme cuando sentí que su bulto crecía y sus manos iban subiendo por mis piernas debajo de mi falda hasta correrme el cachetero y sentir mi vagina húmeda. Me asusté un poco y luego le confesé: “soy virgen”. Se asombró y luego me dijo: me encantaría hacer el amor con una colegiala virgen como tú. Me metió un dedo, lo olió y se lo chupó. En eso, sonó el timbre para salida. Me arregle el uniforme y salimos por diferentes puertas para que nadie sospechara, no sin antes decirme que nos viéramos ahí cada dos días.
Nos agregamos al WhatsApp y hablábamos a escondidas de todos mientras estábamos en descanso y en clase. Por ahí nos citábamos en nuestro lugar de siempre para manosearnos un poco y calentarnos hasta que el timbre sonara. Era delicioso, sentir esa adrenalina de estar con un profesor y que solo lo supiéramos él y yo, me hacía querer perder mi virginidad en cada encuentro. Él me tenía agregada en su teléfono como “Mi colegiala virgen” y yo lo aceptaba porque ambos sabíamos que nuestra calentura, algún día iba a consumirse en un sexo desenfrenado en cada rincón del colegio.
Estuvimos así por 2 meses hasta que me dijo: Tatiana, necesito hacerte mía, necesito probar de esa cuquita que me tiene loco y culiarte para cumplir esa fantasía cliché de un profesor con una colegiala virgen como tú. Estuve muy indecisa, le dije que lo tenía que pensar porque no esperaba que fuera tan rápido. Si quería hacerlo con él, pero necesita tiempo, así que le dije que me diera un mes más y luego sería toda suya.
Dejé mi apodo de “colegiala virgen” atrás
Llegó el día, el tan esperado día en que mi apodo de colegiala virgen desaparecería. Le dije que me recogiera donde una amiga para que mi mamá no fuera a vernos. Eran las 9 de la noche cuando llegamos al motel, estaba temprano y yo muy nerviosa. Me había depilado toda, me había puesto ropa interior nueva, estaba lista para convertirme en mujer.
Él estaba tranquilo, pero para que me bajaran los nervios, pedimos una botella de ron y comenzamos a tomar mientras el alcohol nos ponía más alegres y sueltos. La habitación estaba decorada con pétalos de rosas y espejos por doquier. Besos van, besos vienen, comenzamos a quitarnos la ropa mientras que de su boca salían palabras de amor y ternura. Me decía que me veía hermosa, que tenía un cuerpo espectacular, que era su mujer y que pronto pasaría de ser su colegiala virgen a ser su mujer soñada.
Me hizo el amor de la manera más dulce posible. Fue muy suave, paciente, tierno y amoroso. Me acariciaba mucho los senos, me besaba suave, sus manos recorrían mi cintura de arriba hacia abajo hasta llegar a mis nalgas y meterse entre ellas para sobar mi vagina caliente. Me metía los dedos suavemente y los sobaba contra mi clítoris para mojarme aún más. Luego me hizo sexo oral por 20 minutos, se puso el condón e intentó penetrarme suave. Me dolió mucho la primera vez, pero luego me fui relajando hasta que entraba hasta la mitad. Solo hicimos la pose del misionero porque mis nervios no me dejaban moverme mucho y luego de 40 minutos se vino dentro de mí con el condón puesto. Claramente no fue un sexo desenfrenado, pero había sido mi primera vez y fue perfecto.
Por fin dejaría atrás mi apodo conocido de “colegiala virgen”, ahora sería como mis demás compañeras, solo que, a diferencia de ellas, yo hice el amor con mi profesor del colegio y para mí, no había mayor fantasía cumplida que esa.