¿Y en que lugar es hoy?

A quien no le ha pasado que, conoce alguien que con solo mirarse o medio rosarse, ya sienten esa calentura, ese deseo, unas ganas de arrancarse la ropa sin importar quien los mire o se entere de lo que está pasando… Pues a mi me pasó con un compañero de trabajo que,  para mi fortuna le pasaba igual. Siempre que estábamos juntos no perdíamos oportunidad para meternos manos y decirnos cosas sucias que nos ponían a mil.

Como los deseos eran tantos, se volvió un reto encontrar espacios donde poder calmar esas ganas sin poner en riesgo nuestro trabajo, y por supuesto nuestro buen nombre.

Cierto día después de una reunión, quise provocarlo, cosa que disfruto mucho hacer; le dije que si nos veíamos en uno de los baños, resulta que acepto, pero al momento de bajar el baño lo ocuparon, pensé que ahí había acabado todo y que me iba a tocar quedarme excitada como estaba y con la vagina empapada de la calentura que tenía.

Pero no, salió por el pasillo e instintivamente salí detrás de él, lo seguí hasta que por un momento le perdí la pista, me tocó marcarle al celular para saber dónde se había metido. Estaba en una de las bodegas que se encuentran en el sótano, llegué y la puerta estaba medio abierta entré la cerré y para mi sorpresa me contó que allí no había cámaras, ya se imaginarán como gocé ese rato a solas con él.

Me bajó el pantalón, me colocó en 4 y allí me penetró, lo sentía tan rico estrujándome las nalgas, entrando y saliendo de mí, apretándome fuertemente los senos, tocándome el clítoris como sabe que me gusta, con ganas de poder quitarme toda la ropa y que lamiera cada parte de mi cuerpo, pero sabía que no se podía.

Me decía que era su putita; la verdad confieso que nunca creí que esa palabra me pusiera tan cachonda tan caliente. ¿Y que me dicen de la sensación de estar allí?, el que alguien pudiera tocar la puerta o que nos escucharan, hacía elevar la temperatura en ese lugar, el sonido de cada embestida de su pelvis contra mis caderas, los senos por fuera de mi camisa moviéndose y queriendo estar en total libertad, esa adrenalina que recorría nuestra piel que, por fin nos hizo estallar en un delicioso orgasmo. Estábamos sudados, yo, con mis piernas temblando de la emoción y la complicidad de estar en un lugar prohibido para el sexo.

Cuando ambos terminamos, yo me volteo y me meto su pene mojadito en la boca, para dejarlo bien limpiecito, él hace lo mismo conmigo, me da una última estocada con su lengua, para dejarme llena de un sinfín de sensaciones. Nos vestimos, me doy un poquito de viento con la mano para no quedar muy sonrojada y salgo como si nada hubiera pasado.
Hasta el día de hoy nadie se ha enterado o eso creemos, aunque ya no lo hacemos muy seguido creo que es de las cosas que mas he disfrutado en mi lugar de trabajo.

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